jueves, febrero 27, 2014

"El otro"

Le digo, doctor, que es un sueño terrible y recurrente... qué digo sueño, es una pesadilla. La última vez me desperté como a las tres de la mañana, bañado en sudor, absolutamente exaltado y me tomó un par de horas volver a dormir. Y siempre el día siguiente a esas noches resulta ser una lenta, inmisericorde e interminable tortura. ¿Pero sabe qué es lo peor de todo? El sueño, el maldito sueño es acerca de una vivencia real y ya no puedo soportarlo más. Ya que no puedo cambiar lo sucedido, quisiera al menos olvidarlo.

Cada vez que lo recuerdo, vuelvo a vivirlo, vuelvo a padecerlo. Debía haber tenido qué será... ¿cinco o seis años? Deambulaba por la casa, no sé si buscaba un juguete o qué cosa, pero me detenía frente a cada puerta, la abría y echaba un vistazo. Fue entonces que llegué hasta la habitación de mi madre. No se escuchaba nada, ni un suspiro, ni un resuello; parecía como si al otro lado sólo estuviese el cuarto vacío. Algo me atrajo, sin embargo. Una curiosidad atípica me hizo extender la mano hasta apoyarla, distraído, en la puerta. Ésta se entreabrió y fue que pude verlos.

Mi madre acariciaba un cuerpo desnudo con tal delicadeza y entrega, como si nada más hubiera en el mundo o de éste le importara. Sus ojos derrochaban devoción y la sonrisa en su rostro sólo antes la había usado conmigo. La imagen me impactó de tal modo que perdí noción del tiempo, simplemente me quedé ahí congelado, sin poder apartar la mirada y sin saber qué traumas irreparables me acosarían el restio de mi vida.

Mientras tanto, mi madre, la infame, proseguía con sus..... artes amatorias. Y el canalla se limitaba a recibir, como si lo mereciera, los besos, el candor y la dulzura de aquella Magdalena. Ni siquiera pensé en mi padre, en lo que él sentiría cuando se enterara. La traición era en mi contra. Yo era la víctima, el engañado, el desplazado. La mujer que lo era todo para mí se entregaba como una cualquiera al más aborrecible de los extraños. ¿Se imagina, doctor, las terribles repercusiones? ¡No tenía más de tres o cuatro años!

Después de aquel shock jamás pude recuperarme. Crecí siendo un chico tímido e inseguro, muy retraído, incapaz de confiar en la gente. Los demás niños se burlaban de mí y me llamaban con apodos aborrecibles. Aunque no era el rechazo lo que me consumía sino aquella verdad, encajada en lo más profundo de mi ser. La imagen del pecado, de la más vil de las traiciones me acosaba, me pesaba como un lastre de ignominia. Fui un perfecto desdichado. Para ocultar mi tragedia, mi vergüenza, me oculté yo mismo, me escondí del mundo y me hundí en mi propia desgracia.

En cambio él, ese usurpador, aquel demonio encarnado en la más adorable y espuria de las criaturas; él vivió como rey la vida que a mí correspondía. Me obligaron a permanecer a su lado, a compartir todo con él, ¡me hicieron responsable de él, doctor! Me exigieron que lo llamara hermano, pero para mí fue siempre "el otro".

Falsos Profetas.

¿Eres fea? ¿Eres feo? Tal vez no lo seas. Quizá no te concibas como feo o no te sientas fea. Pero igual tampoco presumas de guapo o hermosa. O sí, pero, ¿lo eres? ¿O es sólo un discurso, I am beautiful in every single way? ¿Las palabras no te desaniman? ¿Ni las imágenes? Qué tal el bombardeo mediático de los estándares de belleza. No me digas, te viene guango. Eres inmune y jamás has cuestionado tus atributos. O acaso no piensas “en esos términos”. “La belleza se lleva por dentro.” “La edad es un estado de ánimo.” Y esos no son slogans, es la neta.

Aquí entre nos… eso es choro, ¿no? No eres ni hermosa ni guapo. O no lo suficiente, no tanto como de veras te gustaría serlo. Te miras al espejo y detectas un detallito aquí, otro allá y no estás conforme, no brincas de gusto.

Pero, ¡oh, afortunada tú, afortunado yo, afortunados todos! Para cada uno de esos “detallitos” existen remedios, y un grupo de expertos interesados en tu bienestar, en tu superación, en tus objetivos. No sólo tienen bien claro el lamentable estado en que te encuentras sino que tienen a su disposición el conocimiento y las técnicas, el poder, para hacer de ti un ser bellísimo, cautivador, irresistible. En otras palabras, poseen la solución a todos tus problemas, la respuesta a todas tus plegarias.

Quién iba a imaginar que en este mundo, tan volcado a la belleza –en el que si no eres bella ni guapo, no eres nadie– y en el que te encuentras tan en desventaja, existiría un oasis poblado de seres superiores por cuyas dádivas sólo pedirían a cambio tu cochino dinero. Eso y tu sumisión total. Porque si no te sometes a su legítima autoridad, si dudas de sus juicios, ¿cómo van a dignarse a compartir contigo sus milagrosos, únicos remedios? ¿Quién eres tú para juzgar la verdadera naturaleza de tu belleza? ¿Quién, para saber lo que es necesario cambiar en ti para convertirte –¡por fin!– en un ser luminoso y bello? No, no, no. Tus dudas, todas tus reservas y hasta las pocas o muchas iniciativas que tengas se quedan en la puerta, porque aquí los tibios son escupidos con mayor desdén que si fueran opositores. Bienaventurados los que se han puesto incondicionalmente en sus manos porque de ellos será el reino de la perfección estética. Mas no los creas soberbios. Todo lo contrario, con humildad te dirán, “no pretendemos hacer de ti otra persona, simplemente la persona más hermosa que puedes llegar a ser”.

Así es que cuando te entregas por completo, cuando finalmente recapacitas y te convences de que no es el mundo el que marcha mal, que no son perversas ni la exigencia de ser-bello-así ni la constante presión para que dejaras de ser fea o feo, que la angustia no era inducida sino que provenía genuinamente de tus entrañas, de tus deseos más profundos, de saber en el fondo que algo andaba mal contigo, terriblemente mal. Cuando has sido capaz de dar ese paso, te has ganado las llaves del paraíso y todo lo que aborrecías en ti habrá de ser eliminado definitivamente... Hasta la siguiente etapa porque, ni Roma se hizo en un día ni los remedios ofrecidos son tan milagrosos, requieren de mantenimiento periódico, exigen retoques de vez en cuando. "Ayúdate que yo te ayudaré." No querrás perder todo cuanto hayas ganado, ¿verdad?


Seguro captas la ironía. Tal vez coincidas con mi percepción. ¿Concordarías con mi siguiente paso, en el que cambio el concepto/contexto de belleza por el de autoestima, por el de autoimagen, o por el de autorrealización? Los cambio y, mutatis mutandis, sostengo exactamente la misma estructura del fenómeno, así como sus implicaciones. Bajo un contexto se habla de imperfecciones físicas, en los otros serían deficiencias de carácter. A tu defectuosa base genética se corresponderían tus enfoques epistemológicos distorsionados. A los exigentes regímenes dietéticos, un puñado de normas conductuales. Las drásticas intervenciones quirúrgicas se transformarían en constricciones inflexibles al pensamiento. La cesión de la voluntad y de la identidad, así como el botín, serían los mismos. ¿Me sigues? ¿O he ido demasiado lejos?

sábado, febrero 08, 2014

La Educación Subyacente.

Somos máquinas de aprender, no podemos interrumpir tal proceso. La cuestión es: estamos aprendiendo a qué.

Detrás de "el tiempo lo cura todo" y de "uno nunca es el mismo que fue ayer", está el silencioso proceso de aprendizaje continuo.

Una pareja que se distancia ha ido aprendiendo a conformarse con ese compromiso/intimidad a medias.

El padre o la madre violentos -física o psicológicamente- consolidan el aprendizaje especializado en la violencia, descuidando otros modos de afrontar las dificultades con los hijos, los cuales a su vez aprenden la misma lección.

Entregarse horas y horas a entretenimientos aislantes y ligeros es un aprendizaje. ¿De qué? De que la realidad es un cascarón delgado y hueco; y en seguida se aprende a juzgar todo "por encimita", a no formarse un criterio sino asumir uno ya hecho. Se aprende un rango limitadísimo de apreciación estética, de despliegue emocional y de reflexión ética. El gusto se encadena a un puñado de variantes pseudoartísticas cuya verdadera finalidad es económica. Las emociones se viven dentro de un marco de inmadurez, entre un amor de cuentos de hadas y un odio de telenovelas. Y la reflexión ética se reduce a un simplista y maniqueo "¿tienes el valor o te vale?", o a frases placebo, rimbombantes pero reduccionistas, que ahorran la fatiga de pensar por uno mismo -de esas que inundan las redes sociales.

Al no poder "pausar" el proceso de aprendizaje, el efecto bola de nieve hace que el cambio -para quien lo pretende- sea tan difícil. Pero el tratar de reconducirlo no sólo implica frenar una inercia sino -quizá sobre todo- renovar uno o más principios cognitivos, es decir, literalmente, aprender cosas nuevas.

¡Y cómo va uno a realizar semejante hazaña por sí mismo? La verdad, no lo sé. Hay tantas corrientes de pensamiento -y tantos charlatanes detrás o dentro de cada una- pero tan poca evidencia, verdadera evidencia científica, que no me atrevo a aventurar una respuesta. Sin embargo, lo que sí me queda claro es que si no se expone uno a contenidos diferentes, sus procesos de aprendizaje continuarán por el rumbo que llevan, a merced del entorno: lo que me enseñaron mis papás, lo que hacían mis compañeros, mis amigos o hasta mis rivales, lo que los medios de comunicación me informan, etc.

Y por contenidos no me refiero sólo a productos culturales -cine, literatura, música, arte- sino también a modos de proceder, tanto transitivos como intransitivos; es decir, cuyos efectos recaen principalmente en lo_otro/los_otros o en mí, respectivamente. Sin aproximarnos a esos otros contenidos-dado que no va uno a redescubrir o reinventar nada- el aprendizaje no desbordará los límites -o limitaciones- a las que ya está sujeto.

De aquí que, la reflexión final es:
En mi aprendizaje, continuo e irrefrenable, ¿qué contenidos he elegido y cuáles he "heredado" irreflexivamente? Y, por supuesto, ¿estoy satisfecho con ello?