jueves, octubre 25, 2007

Taoísta Skywalker


El control remoto de la tele vendría hasta su mano, sólo debía concentrarse. ¡Pero con tanto pinche ruido QUIÉN PUEDE CONCENTRARSE,CARAJO! Momento. Es necesario estar tranquilo, estar en paz, ser uno con el cosmos. Cerró los ojos sin apretarlos y respiró profundamente una, dos y... ¡ahhh! tres veces. No levantó los párpados pero sí el brazo izquierdo, extendiendo perfectamente los dedos hasta que apuntó mentalmente hacia el control remoto universal que descansaba en el brazo opuesto del sofá desde el que, echado sobre él, veía la tele. Mediante lo que él llamaba un esfuerzo negativo, relajó el rostro hasta darle una apariencia, así lo imaginaba, de impasibilidad. Forcejeaba mentalmente: la idea es que no haya idea, ¡uy, maldita sea, otra vez!

¡Anti-eureka! ¡Lo perdió! Ahuyentó por fin todo pensamiento, un verdadero éxodo mental. Sólo le quedaban sus sensaciones pero de ellas se fue despojando más fácilmente que de sus necios y recurrentes pensamientos. En segundos sólo era capaz de sentir su brazo. [¡Cuidado con acusarme de cometer pleonasmo! ¡Nada de eso! Que en mentes privilegiadas, con poderes paranormales como la de él, así como tiene sentido decir que le dolieron los calambres del vecino o que le supo amarga la sopa que se comía su madre, es necesario aclarar si las sensaciones por él experimentadas proceden o no de su propio cuerpo.] Todo él era su brazo izquierdo, particularmente sensible en las yemas de los dedos, de las cuales, no tardaría en desbordar su ser, extenderlo más allá de sus confines biológicos.

Si fuese posible, veríamos cómo de las puntas de sus dedos brotan haces de constitución incierta retorciéndose pero alargándose hacia adelante. Está muy cerca, lo sabe. Casi puede sentir la lisa frialdad plástica del control remoto, la suavidad de la goma de sus botones. Es lo que él llama una sensación pura, sin sentidos, pues éstos pertenecen al cuerpo, no así las sensaciones que, si bien forman parte de la realidad no dependen, como se cree, de sustancias físicas sino de estados mentales. No por casualidad se dice del miedo, de la felicidad o del orgullo que son cosas que se sienten, me dijo una ocasión en que me ilustraba con su esotérica sabiduría. Todas esas cosas son sensaciones que el hombre ha aprendido a desligar de su cuerpo, sensaciones puras. ¿O qué cuando sufres no sientes que te duele? No sabes dónde pero te duele, ¿no es cierto? Sí, es cierto, le dije. Y lo es.

Finalmente posó su tacto inmaterial sobre el control remoto universal de la tele. Ya allí cambió de opinión. ¿Para qué traer el control?, mejor accionarlo a distancia. Control remoto sobre el control remoto. ¡Poético! Deslizó su campo telequinético por la cara superior del aparato, explorando, haciendo el reconocimiento obligado. Cuando se sintió seguro (¡la seguridad! ¡Otra sensación pura!) de haber dado con el botón adecuado concentró su poder aún más. Había que presionar ese botón, sentir cómo cedía ante el peso de un dedo que no estaba allí pero que, no obstante lo accionaría para, consecuentemente, cambiar de canal. ¡Mmmh! ¡Mmmpf! Algo andaba mal, la tele no respondía. Una vez más... ¡Mmmh! ¡Mmmmmmmta!

¡Así no se vale! Abruptamente, abrió los ojos y se incorporó para alcanzar el control, esta vez con la mano. Mientras tanto daba rienda suelta a la mente, la cual, a manera de géiser, expulsaba chorros de pensamientos hirvientes por la furia del fracaso: ¡seguramente se le acabaron las pilas a esa madre! ¡esos pinches chinos que hacen puras porquerías! ¡pinche televisión, nunca recibe bien la señal! ¡ese cabrón que me vendió el puto control universal, ya decía yo que tenía cara de estafador!.....